La vigencia del Desarrollismo y la industria pesada frente al espejismo virtual
Por RUBÉN H. ALICE – Politólogo
Visitado en su despacho por John Hays quien manejaba los asuntos internacionales de la época, le plantearía al presidente McKinley, recientemente ganador de las elecciones presidenciales en 1900, la urgencia en tratar los temas relacionados a los nuevos territorios ganados en la guerra contra España. McKinley, con un tono, ofuscado le respondería a Hays que lo único prioritario para la nación en aquel momento, era la elevación del arancel al 100% de los productos industrializados que entraban a U.S.A. donde los siderúrgicos eran determinantes.
Ciento veinticinco años después, el presidente Donald Trump, al igual que McKinley, y ambos republicanos, adoptaría como una primordial medida de gobierno la implementación del arancel a los mismos productos, en especial al acero y al aluminio que ingresen desde el exterior al territorio norteamericano. Lógicamente que importar acero y aluminio más barato de China es acorde a las leyes del mercado, pero en épocas de la “segunda guerra fría” digamos que estratégicamente no sería buena idea, sobre todo después de la experiencia europea con el gas ruso después del conflicto ruso-ucraniano.
En varios países del mundo, que se plantearan seriamente ser una nación de prestigio, saben que el empuje a la industrialización viene dado por la capacidad de elaborar productos minerales y metálicos destinados a la fabricación de productos más sofisticados, como barcos, automóviles, camiones, aviones o ferrocarriles, entre otros, en lugar de obnubilarse por productos virtuales de dudosa procedencia como le ocurriera a nuestro díscolo presidente.
Japón no tardaría en armar sus acerias, después del retiro de tropas norteamericanas que ocupaban las islas, en tanto que los países de América del Sur, Brasil sería quien picaría en punta al lograr convencer, en la convención panamericana de 1942 al presidente Franklin D. Roosevealth de financiarles la instalación del complejo siderúrgico más grande de la región en Volta Redonda, hecho que le permitiría al Brasil el desarrollo industrial que hoy la sitúa entre las 10 primeras economías del planeta.
Por la misma década del 40, en Argentina, el gral. Savio trataría de convencer a Perón, de intensificar los esfuerzos en la siderurgia, ya que la producción del acero sería esencial en la fabricación de bienes durables que el país necesitaba, y no dedicar el esfuerzo económico en la industria liviana, a lo que Perón le contestaría “las heladeras dejan más votos”, un error que le traería, no pocos, dolores de cabeza al peronismo en el futuro. Sin embargo, aquella falla sería subsanada por el gobierno desarrollista del Dr. Frondizi quien aprovecharía el impulso siderúrgico de incrementar la producción del acero, para su plan de desarrollo industrial. Sin duda el último planteo serio en Argentina hasta el presente.
Mc Kinley, Vargas, Joscelinho Kubichek Hiroito, Frondizi, y quienes vieron la importancia del acero, el aluminio, el cobre, el tugsteno, como tantos otros productos estratégicos , no se manejaron con la “lógica del mercado” y seguramente se pondrían colorados al escuchar aquella frase del “liberal” presidente del BCRA en el ultimo gobierno militar argentino quien afirmaba que “ si el mercado demandaba caramelos y no acero, había que fabricar caramelos”. Menos mal que Winston Churchill no siguió la lógica del filósofo argentino Adolfo Diz, sino le hubiese quitado incentivos a la British Steel plc., para dárselos a Cadbury para fabricar chocolatines.
Han pasado varios años de la revolución industrial en el mundo, y por más “bienes virtuales” de los que se jacten los adoradores de este mercado, los bienes reales que la gente necesita y necesitará en su vida cotidiana, más allá de la acumulación tecnológica, seguirán siendo de productos reales derivados de los minerales, metales, y petroquímicos, y los grandes países que pretendan tener cierto prestigio en el concierto de las naciones, no podrán desdeñar la producción de bienes reales.
Queda en evidencia que el actual presidente norteamericano sigue el camino trazado por la historia estos últimos 200 años, y más allá de tendencias de moda y de la crítica de la “comparsa libertaria” para la cual los efectos virtuales son más importantes que la producción de bienes reales, Trump ha decidido intensificar el desarrollo real. Como para que tomen nota los “ingenuos” del lebertarismo.